AFP
En Zimbabue, un ex empleado de banca presume de haber hecho dinero en el negocio funerario contratando artesanos que fabrican bajo pedido lápidas con la imagen del muerto.
“Debemos acordarnos del nombre de nuestros familiares, pero también de su rostro”, dice a AFP Tafadzwa Machokoto, de 35 años.
“Mucha gente se asombra cuando ve la imagen en la lápida”, cuenta Machokoto.
Al igual que millones de compatriotas, este ex empleado de uno de los mayores bancos zimbabuenses probó suerte en el extranjero, fuera de un país con una economía agonizante a causa del desempleo y la inflación.
Pero tras sobrevivir durante un año en la vecina Sudáfrica, se resolvió a regresar para instalarse en Rugare, suburbio pobre de la capital zimbabuense Harare, que tiene muchas fábricas de lápidas.
Se lanzó en el negocio, pero frente a la competencia tiene que innovar: él y su socio proponen anticipar la muerte concibiendo la tumba del cliente e incluso su epitafio, y luego hacen tallar en la lápida la imagen elegida para la eternidad.
– “Valor sentimental” –
“Atraemos más clientes con los retratos” del muerto, se congratula el joven empresario, pues eso agrega “un gran valor sentimental”.
La propuesta voló en las redes sociales y su negocio logra entre 20 y 30 ventas mensuales entre clientes que vienen de toda África austral e incluso de Gran Bretaña.
Estas lápidas muy personalizadas hacen subir los precios. Vendidas en promedio a 350 dólares, una fortuna en un país donde el salario mensual promedio se sitúa alrededor de 230 dólares, las sepulturas pueden llegar a costar varios miles de dólares.
La más cara hasta ahora es un pedido de un diplomático para la tumba de su madre. Una “estructura hecha a medida, en forma de cúpula y de tres metros de largo”, que costó 5.000 dólares.
Instalado frente a la piedra, tallando con precisión de orfebre con pequeños golpecitos de mazo, uno de los doce artesanos de la empresa trabaja en una imagen.
“Es arte, arte puro”, dice el jefe.
La mayoría de esos talladores son jóvenes del pueblo, devastado por el desempleo y la droga, que abandonaron la escuela. Para hacer el tallado y la inscripción del epitafio recibieron una rápida formación.
Jessica Magilazi, trabajadora doméstica zimbabuense instalada en Sudáfrica, hizo fabricar una tumba para su madre. A la muerte de ésta, Magilazi era solo una bebé y había olvidado su rostro.
La familia no tenía ninguna foto excepto la del pasaporte. Eso fue suficiente.
“Cuando miro la imagen, es como si viera de verdad a mi madre”, dice Jessica Magilazi. Ahora sus descendientes “sabrán cómo era” ella.