Cultivadores de perlas comparten una tradición de siglos en el norte de México

AFP

Desde sus criaderos submarinos en aguas cristalinas del mexicano Mar de Cortés hasta el laboratorio donde las desarrollan, los productores artesanales de perlas conocen a fondo los secretos de una tradición de siglos.

Perlas de la Paz, empresa del estado mexicano Baja California Sur (noroeste), ofrece a turistas y curiosos la oportunidad de conocer el proceso de producción de estas raras gemas, cruciales en el desarrollo de esta zona desde el siglo XVI.

“El rescate de la tradición de las perlas es fundamental para esta región”, dice Carlos Cáceres, gerente técnico de la compañía, empeñado en rescatar un recurso que fue depredado por años hasta quedar al borde de la extinción.

La meta hoy es “conservar el producto y poder trabajar con biotecnología para poder obtener las perlas que antaño se obtenían de manera natural”, agrega.

Las gemas, que los habitantes originarios utilizaban en rituales y ornamentos, atrajeron la atención de los conquistadores españoles que decidieron establecerse y fundar la ciudad de La Paz, en el extremo sur del Golfo de California, en mayo de 1535.

Hasta el siglo XIX, la región fue famosa por el tipo y cantidad de perlas que produjo, asegura Cáceres, pero la codicia llevó en el pasado a que se sacrificasen entre 100.000 y 200.000 ostras para hallar una sola al azar.

Los turistas conocen primero la vasta historia de la pesquería de perlas para internarse luego en los procesos del cultivo hasta lograr el producto final.

Un momento atractivo del proceso es la selección de ostras que serán sembradas casi quirúrgicamente.

Una pieza de calcio -el núcleo de la perla- se inserta en la ostra que se coloca nuevamente bajo el mar donde, gracias al flujo de nutrientes naturales, se cubre de nácar hasta alcanzar su forma final, en un proceso que dura entre cuatro y seis años.

El delicado proceso y su pequeña escala hace que la producción sea de apenas unas docenas por año, caracterizadas por su tono grisáceo e iridiscente, a diferencia de las perlas blancas producidas industrialmente en otros lugares del mundo como China.

“La parte histórica es algo que se puede leer en libros. Sin embargo, la vivencia es insustituible y ha sido una experiencia muy bonita”, comenta Lorena Von Borstel, una turista local tras participar del recorrido.

El producto final pueden ser perlas completas, medias perlas o los llamados caprichos, denominados así por sus formas inusuales. 

En sociedad con diseñadores y artesanos locales, cualquiera de estas variantes puede convertirse en anillos, aretes o brazaletes, cuyo precio final va de 100 hasta 1.000 dólares por pieza.