En Irán, fans de los videojuegos se las arreglan para eludir sanciones estadounidenses

AFP

En Irán, los fanáticos de los videojuegos echan mano a múltiples trucos para eludir los perjuicios colaterales de las sanciones estadounidenses, que asfixian la economía y que, a menudo, les impiden comprar directamente sus juegos preferidos o poder utilizarlos libremente en Internet. 

“El consumidor sufre por un problema que opone a los gobiernos”, se lamenta Amir Goljani, jugador de 24 años y periodista especializado. “No tenemos reivindicaciones políticas. Solamente queremos jugar”, indicó a la AFP. 

Cerca de la plaza Imán Jomeini, corazón de Teherán, las consolas más modernas, como la PlayStation 5 de Sony o la Xbox Series X de Microsoft se amontonan con los juegos más nuevos: se trata de una tienda de videojuegos como cualquiera de otra parte del mundo.

Sin embargo, ninguna de estas dos empresas están oficialmente presentes en Irán como consecuencia de las sanciones de Washington, y sus productos son importados por terceros o contrabandeados desde países vecinos.

Reimplantadas en 2018 por el expresidente Donald Trump, las sanciones no incluyen la industria de los videojuegos, pero el riesgo de penalizaciones induce a las empresas especializadas a privar a los iraníes de sus productos, sin reconocerlo oficialmente. 

Irán cuenta con unos 32 millones de videojugadores sobre 80 millones de habitantes, de acuerdo a un informe de la Fundación iraní de videos y juegos de computadora, publicado en septiembre. 

A causa de las sanciones financieras, solamente pueden comprar juegos en Internet acudiendo a intermediarios, además, la mayoría de los iraníes no disponen de tarjetas bancarias internacionales que les permitan hacer transacciones.

Frecuentemente, los jugadores crean una dirección digital falsa y abren cuentas en plataformas especializadas. Eso sí, a riesgo de perder velocidad de conexión y, en consecuencia, calidad de resolución de los juegos.

– Una cuenta para varios jugadores –

“Necesitamos tener intermediarios en Rusia o Turquía”, destaca Sadeq Kia, de 25 años, tras finalizar una competición en Teherán. Obsequian a los jugadores tarjetas para realizar compras online, explica el aspirante a profesional. 

“El juego me permite escapar a la realidad”, confía Farchad Rezayi, cocinero de 32 años.

Para poder continuar jugando, desde 2018 se utiliza la opción “Gameshare”, que faculta al propietario de una consola o de una cuenta en una plataforma para compartir sus juegos con otros. 

Algunas tiendas adquieren los juegos por intermediarios y crean cuentas utilizando tecnologías como VPN (redes virtuales privadas), y luego venden el acceso a éstas a varios jugadores. 

El precio es hasta un 60% menor que en el mercado (50 euros –60 dólares– por juego, o sea, algo más de la mitad del salario mínimo en Irán). El sitio de anuncios Divar.ir ofrece centenares de clasificados para estas cuentas.

“Es demasiado pagar 18 o 28 millones de riales iraníes (entre 58 y 90 euros al cambio actual) por el nuevo FIFA”, afirma Achkan Bajabi, de 31 años, propietario de una tienda del sector. “Es suficiente una cuenta compartida (…) Mismo juego, misma sensación, pero más barato”.

– “Ser iraníes” –

Para Farchad Rezayi es una alternativa “legal” éticamente mejor que la piratería, muy común en Irán, donde los derechos de autor casi no están protegidos.

Omid Sedigh Imani, crítico de videojuegos y “streamer” –jugador que comparte sus videojuegos en una plataforma– en Teherán, el intercambiar cuentas es fruto de la cultura consumista iraní: “siempre buscar soluciones opcionales”.

También critica la piratería y aboga por utilizar servicios como Xbox Game Pass, plataforma que brinda centenares de juegos por una mensualidad de 10 dólares, que necesita intermediarios y VPN puesto que los servidores de Xbox rechazan conexiones iraníes. 

Microsoft no es el único en negar sus servicios a los iraníes; Epic Games y Riot Games también. 

“No hemos hecho nada malo. Es solamente por ser iraníes”, afirmó Omid Sedigh Imani. Pero, empresas como Sony son “más blandas (…) seguramente conocen la situación”.