Un avión medicalizado evacua a soldados heridos en la guerra de Ucrania

AFP

En el Boeing 737 medicalizado que sobrevuela el cielo polaco rumbo a varios países europeos, los soldados ucranianos heridos en combate miran pensativamente por la ventanilla.

“Es la primera vez que tomo el avión. Me hubiera gustado ir a Dinamarca en circunstancias normales, de vacaciones por ejemplo, pero no para ir al hospital a causa de un traumatismo”, dice Mykola Fedirko.

En su muñeca luce una pulsera de silicona con la inscripción “Ucrania”. En su pierna izquierda tiene unos clavos metálicos insertados directamente en la tibia para estabilizar la fractura sufrida defendiendo su país.

El joven de 22 años de rostro escuálido recibió el impacto de un obús mientras resistía en una trinchera ante las tropas rusas en la región de Donetsk.

Acompañado de su novia Kolya, es uno de los 2.000 pacientes evacuados de Ucrania a otras partes del continente desde el inicio del conflicto. En su mayoría son heridos de guerra, pero también hay civiles que necesitan tratamiento.

AFP es el primer medio internacional en embarcarse en uno de estos vuelos de evacuación sanitaria realizados por Noruega en el marco de una colaboración con la Unión Europea (UE).

“Hemos establecido este proyecto a petición de Ucrania (…) para aliviar la carga de los hospitales ucranianos”, explica Juan Escalante, responsable del Centro de Coordinación de la Reacción de Urgencia (ERCC) europeo.

Un mecanismo “sin precedentes a escala continental” puesto en marcha en “un tiempo récord”, subraya.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dicho que 859 instalaciones sanitarias de Ucrania se vieron afectadas por ataques desde el inicio de la invasión rusa el 24 de febrero de 2022.

Los bombardeos de hospitales, centros de maternidad o depósitos de medicamentos hacen que casi medio millón de personas se vean privadas cada mes de la ayuda sanitaria requerida, según las autoridades noruegas.

– Cruce de caminos –
El avión transformado en hospital volador se dirige primero al sureste de Polonia, en Rzeszow, a 70 kilómetros de la frontera de Ucrania.

Desde allí emprenderá un viaje de vuelta a Oslo de dos días, con escalas en Ámsterdam, Copenhague, Berlín y Colonia para ir dejando pacientes.

En el aeropuerto de Rzeszow, la importancia estratégica adquirida por esta ciudad se hace evidente. A un lado y otro de la pista, decenas de misiles antiaéreos apuntan al cielo para neutralizar eventuales amenazas.

Desde aquí se distribuye por el resto de Europa a los pacientes ucranianos. Pero también en este aeropuerto se reciben las armas y municiones enviados por los aliados occidentales de Kiev.

En este cruce de caminos, mientras los soldados lisiados entran en camillas al Boeing medicalizado, inmensos aviones de carga despachan palés repletos de municiones unos metros más allí.

En el vuelo de evacuación, la tripulación es civil pero el personal médico es militar. En un atisbo de normalidad, una azafata distribuye pizzas, tentempiés y bebidas a los pasajeros.

También herido en las piernas, Oleksiy Radzivil, de 28 años, saborea una pizza margarita acompañada de un refresco de cola.

En contraste con la atmósfera, este hombre de pelo revuelto y finas gafas metálicas no pierde jamás la sonrisa.

Ni siquiera cuando recuperó el sentido después del impacto de un cohete ruso que destruyó su vehículo y lo hizo saltar varios metros por los aires, en diciembre en medio de la batalla de Bajmut en el este de Ucrania.

“Sonreí porque estaba vivo”, dice el hombre, ingeniero informático antes de la guerra.

Desde su herida ha estado en seis hospitales en su país. “Espero que me pueda curar (…), que los médicos europeos de Países Bajos puedan ayudarme”, afirma.

– “Luchar contra Putin” –
En las capitales europeas, estos traslados de heridos se presentan como una forma de contribuir al esfuerzo de la guerra.

“Su presencia aquí en España es otra forma de luchar contra Putin”, señaló la ministra española de Defensa, Margarita Robles, al visitar el hospital militar de Zaragoza el año pasado.

Equipado con 20 literas, monitores, material para transfusiones y respiración artificial, además de innumerables frascos de antibióticos, el Boeing es “una pequeña unidad de cuidados intensivos voladora”, resume Håkon Asak.

Este teniente coronel del servicio sanitario del ejército noruego muestra con orgullo un brazalete azul y amarillo con el lema “Ucrania libre”.

“Nunca hemos tenido que lamentar decesos a bordo, gracias a Dios”, dice.

“La mayoría de pacientes parecen estar bien, pero están todavía en un estado grave y sabemos que algunos de los que han sido evacuados a otros países no han sobrevivido todo el tratamiento”, precisa el oficial.

– “Imposible de olvidar” –
En la palanca de mandos se sitúa un perro viejo.

En su primera vida, en el crepúsculo de la Guerra Fría, Arve Thomassen fue piloto de cazas de combate que interceptaba los aparatos soviéticos en el Ártico.

A los 60 años, este excéntrico noruego se declara contento de terminar su carrera con una buena causa.

“Cuando transportas pasajeros al Mediterráneo para que tomen el sol, es el negocio normal. No diría que molesto, pero ordinario”, dice desde la cabina.

“Mientras que con esto sentimos mucho orgullo, pero también humildad”, añade.

Pero después de varias misiones, las emociones se acumulan y empiezan a dejar recuerdos dolorosos: los grandes quemados, un hombre desfigurado que recordaba a las “caras destruidas” de la Primera Guerra Mundial, un niño de tres años enfermo de leucemia…

“Es imposible de olvidar”, asegura el comandante de a bordo. “Una cosa son los soldados heridos, pero los niños que sufren (…), esto siempre causa una fuerte impresión en uno”.

Para algunos pasajeros, el sueño permite olvidar el sufrimiento durante algunos minutos. Pero Vladyslav Shakhov no duerme.

Empresario convertido en piloto de blindados, este moreno barbudo de penetrante mirada azul padece tetraparesia, una debilidad muscular que afecta las cuatro extremidades, desde que un trozo de metralla le entró en la nuca.

“No me siento bien con la idea de dejar mi país”, dice el joven de 24 años. “En el hospital de Alemania, espero que me recuperen pronto para poder volver a casa”.