AFP
En Filipinas la Navidad comienza en septiembre, cuando los abetos artificiales y las guirnaldas de luces invaden los centros comerciales, pero este año la pandemia amenaza con aguar esta fiesta tradicional tan esperada.
Las reuniones siguen prohibidas, el toque de queda todavía está en vigor y muchos habitantes se han empobrecido debido a las medidas tomadas para frenar la epidemia, que han causado estragos en la economía y dejado millones de personas sin trabajo.
“Estamos abrumados por la tristeza”, lamenta el cantante filipino José Mari Chan, cuya canción “Christmas In Our Hearts” suena en la radio desde el 1 de septiembre, anunciando el comienzo de las festividades.
Este año, en este archipiélago de mayoría católica, las reuniones familiares, las noches de karaoke y las compras de regalos propios de estas fechas no son ni la sombra de lo que eran.
Pero a pesar de la tristeza, los filipinos se proponen impedir que el virus arruine este momento de alegría.
“Con o sin el covid, tenemos que celebrar la Navidad a toda costa porque es una tradición filipina”, afirma Cecilia Moore, que ya se ha gastado 2.500 pesos (44 euros, 52 dólares) en luces de colores para decorar la casa.
Su esposo, que trabaja en un petrolero, perdió el empleo en marzo cuando se decretó el estado de emergencia, lo que ha asestado un duro golpe a las finanzas de la familia. Pero Moore no renuncia a aportar color para disipar la tristeza.
“Aunque los tiempos son duros, seguimos comprando luces, que nos hacen felices”, añade esta mujer de 32 años.
Las razones por las que las celebraciones navideñas comienzan tan pronto en el país no están claras.
La socióloga Yellowbelle Duaqui sugiere que es porque les encantan las fiestas.
– “Sentido de la hospitalidad” –
“Los filipinos son conocidos por tener el mejor sentido de la hospitalidad del mundo”, dice.
Jeffrey López, que fabrica luces en San Fernando, cerca de Manila, trabaja cuanto puede desde la reapertura de su taller en agosto después de un cierre de dos meses.
Las ventas alcanzaron los 40.000 pesos (700 euros diarios, 830 dólares estadounidenses) y el doble los fines de semana, es decir el nivel de antes de la pandemia.
“Es como si el covid no nos hubiera golpeado”, comenta López en su taller, cuyo exterior está adornado con luces en forma de reno, de Papá Noel y hasta de la Torre Eiffel. “Nada, ni siquiera la pandemia, puede impedir la llegada de la Navidad”.
Pero muchos comerciantes sufren.
En los centros comerciales, por lo general muy concurridos en estas fechas, reina la calma y los habitantes prefieren quedarse en casa por miedo al coronavirus que ya ha infectado a casi 400.000 personas en el archipiélago.
Algunas tiendas están cerradas y las que siguen abiertas ofrecen descuentos del 50 al 70%.
“Muchas personas han perdido mucho dinero”, afirma Roehlano Briones, investigador del instituto filipino de estudios sobre el desarrollo, administrado por el Estado.
En tiempos normales, las fiestas navideñas, que duran cuatro meses, están marcadas por un aumento del consumo de los hogares de alrededor del 12-18% en el cuarto trimestre en comparación con los otros, afirma Briones.
Esta tendencia se mantiene este año “pero de manera moderada”, agrega.
Muchos presupuestos familiares también se han visto afectados por la pérdida de remesas mensuales de dinero de parientes que trabajan en el extranjero y han perdido el empleo por la crisis provocada por la pandemia.
El cantante Chan, que se describe como el que “anuncia la llegada de la temporada navideña”, estima que la pandemia está aquí para recordar a los filipinos “lo realmente importante”.
“Muchos de nuestros hermanos que están sin trabajo, tienen hambre”, subraya. “Estos meses vinculados a la Navidad deberían despertar nuestro sentimiento de generosidad y amabilidad hacia ellos”.