Aldeanos de Chad combaten con arcos y lanzas a bandas de secuestradores

AFP

Jóvenes aldeanos avanzan en fila con arcos y lanzas por un bosque del suroeste de Chad hasta que el jefe de este comité de vigilancia creado para luchar contra la ola de secuestros les da la señal de dividirse en pequeños grupos.

Durante el entrenamiento, algunos se esconden detrás de eucaliptos, otros se arrastran unos metros. Ante una nueva señal, todos se detienen, tensan las cuerdas de sus arcos y apuntan hacia un objetivo imaginario, al cual le ordenan, en un coro de voces, liberar a sus rehenes y rendirse.

Los pueblos aislados de la región chadiana de Mayo-Kebbi Oeste afirman que las autoridades del país africano hacen poco y nada contra las bandas de secuestradores que desde hace más de veinte años los capturan para pedir rescates. Por eso decidieron organizar, con medios precarios, su propia defensa.

Habitante de la aldea de Chad se prepara para combatir a secuestradores / Foto cortesía.

“Hacia la una de la madrugada, hombres armados entraron en la casa de mi padre y nos secuestraron a mí y a mi prima”, cuenta, con la mirada ausente, Béatrice Naguita, una estudiante secuestrada en abril de 2023 en esa zona.

– Torturas –

“Nos tuvieron en el monte durante dos semanas, el tiempo que mi padre tardó en juntar el dinero que le pedían. Fuimos torturadas. Perdí mi dignidad como mujer”, testifica la joven de 22 años, en el patio de tierra ocre de su casa en Pala, la capital de la región.

“Resulta difícil obtener datos precisos, porque algunas personas se niegan a hablar por miedo a represalias, pero podrían ser cerca de 1.500 víctimas en 20 años”, estima Barka Tao, coordinador de la Organización de Apoyo a las Iniciativas de Desarrollo (OAID).

A principios de la década de 2000, las víctimas eran casi exclusivamente niños de la minoría fulani, también conocida como peul, de criadores de ganado percibidos como ricos. Pero desde hace unos diez años, nadie está a salvo: agricultores, comerciantes, funcionarios públicos, profesores o personal de oenegés.

Los secuestros son cada vez más violentos, y en muchos casos se saldan con muertes, y los rescates exigidos cada vez más cuantiosos, apunta la OAID.

Chad, un vasto y paupérrimo país de África Central, se ve confrontado desde hace décadas a diversos tipos de rebeliones y a golpes de Estado. El sur y las zonas menos áridas son teatro de frecuentes combates entre agricultores sedentarios y pastores nómadas que llevan a su ganado a pastar en sus tierras.

– Complicidades – 

“Los secuestradores se benefician de complicidades en los pueblos, a veces por celos o simplemente porque los bandidos les pagan”, señala Barka Tao. 

Los secuestradores también cuentan con “complicidades de jefes de aldea e incluso dentro de las fuerzas de seguridad”, añade, mostrando documentos en su oficina en Yamena con los contactos encontrados en los teléfonos de los secuestradores. 

Las autoridades no respondieron a solicitudes de AFP para dar a conocer su posición sobre ese asunto.

El ministro de Seguridad, Mahamat Charfadine Margui, reconoce sin embargo connivencias locales. 

“Después de asumir el cargo en marzo de 2023, relevé a autoridades locales, desde un gobernador hasta jefe de cantones, incluidos los comandantes de la gendarmería, pero eso no resolvió el problema, es mucho más complejo”, afirma.

Los secuestradores que actúan en el suroeste de Chad se repliegan y operan también al otro lado de fronteras porosas, en Camerún y República Centroafricana. 

– “Triángulo de la muerte”-

“Esta zona, apodada ‘triángulo de la muerte’, escapa al control del Estado”, destaca Néstor Déli, periodista y autor desde 2003 de artículos y libros sobre los secuestros.  

“El Estado parece más preocupado por las rebeliones en el norte” y considera a estos secuestros como “un epifenómeno”, añade el especialista, de 51 años.

Los habitantes, entonces, decidieron asumir su propia defensa y crearon comités de vigilancia.  

“Somos como agentes de inteligencia civil, somos los ojos y los oídos del gobernador y de las fuerzas de seguridad, a quienes transmitimos las informaciones”, explica Amos Mbairo Nangyo, de 35 años, coordinador de uno de estos grupos de autodefensa y director de una agencia de seguridad en Pala.

“Guiamos a los gendarmes en el monte, pero también somos los primeros en perseguir a los bandidos después de un secuestro. Los perseguimos armados con nuestros arcos y nuestras lanzas”, relata, mientras observa el entrenamiento de sus reclutas.

Según Amos, hay “más de 4.000 jóvenes” alistados en los comités. Pero frente a secuestradores armados con kalashnikov, su equipamiento es irrisorio. 

“Es un trabajo voluntario peligroso y le pedimos al Estado medios para desplazarnos: motos, caballos e aunque sea botas”, afirma.