AFP
Los bailarines se desploman uno tras otro al ritmo de una guitarra tensa. El ballet de Paraisópolis, la segunda mayor favela de Sao Paulo, retomó los ensayos interrumpidos por la pandemia con una cautivante coreografía sobre una acción policial que enlutó a la comunidad el año pasado.
Con la cuarentena impuesta por el nuevo coronavirus, los seis profesores del cuerpo académico del ballet diseñaron un programa intensivo de clases virtuales, enfocadas a mantener a sus 200 alumnos trabajando.
“No fue fácil. Las casas no tienen un piso adecuado para un bailarín, pero las clases fueron bien concebidas. Pensamos en todo lo que podíamos hacer virtualmente para que pudiesen mantenerse física y mentalmente en casa”, dice Mónica Tarragó, quien fundó en 2012 el ballet que opera sin costo para los alumnos, gracias al apoyo privado y público.
El programa incluyó clases de nutrición, estiramientos, ejercicios, coreografía y lecciones de diez bailarines internacionales, entre ellos la francesa Isabelle Guerin, ex “danseuse étoile” de la Ópera de París.
Pero representó un desafío adicional para los alumnos que viven en esta favela de 1 km2 y unos 100.000 habitantes.
Paraisópolis es una de las postales de la desigualdad de la capital económica de América Latina. Sus estrechas calles con apretadas construcciones contrastan con las mansiones y suntuosos edificios del vecino Morumbi, uno de los barrios más ricos de Sao Paulo.
Kemilly Luanda, en el último año de la formación, suspira cuando recuerda las dificultades para seguir las clases en su casa de dos cuartos, donde vive con sus padres, cuatro hermanos y un perro.
“Tenía que sacar a todos de un cuarto, colocar el teléfono en una litera y practicar entre las camas”, cuenta la adolescente de 17 años.
La inestabilidad de internet y la pequeña pantalla del teléfono, a falta de computador, eran complicaciones adicionales, a las que se sumaba el vacío de no poder ver a sus compañeras de ocho años de estudio, que considera “hermanas”.
“Estaba muy ansiosa por volver, fue como si fuese la primera vez”, contó en la improvisada sala de ensayos donde practican cuatro horas diarias de lunes a viernes. La sonrisa se adivina debajo de la máscara, que sólo deja ver sus ojos maquillados con un impecable delineador naranja.
De los 22 alumnos que volvieron a las clases presenciales (el resto sigue los cursos virtuales), diez practican en la sede de la escuela y los doce del último año en el segundo piso de un centro cultural que llegó a ser una base de lucha contra la pandemia.
Brasil, con más de 123.000 muertos y 4 millones de casos, es el segundo país con más fallecidos por el nuevo coronavirus, después de Estados Unidos. Sao Paulo lidera, en números absolutos, el índice nacional en óbitos y diagnósticos.
El estado fue uno de los primeros en establecer medidas de cuarentena y de paralización de actividades. La pausa de cuatro meses impidió que el Ballet de Paraisópolis viese su primera graduación, que ahora está programada para 2021.
– Abriendo caminos –
“Fue la peor sensación de mi vida. Sólo parábamos para Navidad y año nuevo y, quiera que no, nos volvimos una familia”, dice Mónica Tarragó, mientras la clase ensaya “Nueve muertos”, una pieza que rinde homenaje a las nueve personas que fallecieron pisoteadas en diciembre de 2019, luego de que la policía irrumpiera en una fiesta callejera de Paraisópolis.
La coreografía aún no se estrenó por la pandemia.
“Cuando ensayo trato de entrar en la piel de esos jóvenes, de sentir la angustia que sintieron al verse acorralados en los callejones. Es parte de esto, tenemos que entregarnos en cuerpo y alma a lo que hacemos”, dice Kemilly, que vivía en la calle donde ocurrió la tragedia.
Al fin de la clase, las bailarinas se quitan las zapatillas dejando expuestas las leves heridas en los pies.
Mónica Tarragó cuenta que todo los años muchos alumnos dejan el ballet, pero que el objetivo no es forzosamente formar bailarines profesionales, sino abrir perspectivas y caminos.
Esta transformación subyace en las palabras de Kemilly: “No sabía lo que era bailar ni que podía ser una profesión. Ahora no puedo vivir sin esto. Me veo como una bailarina profesional. Quiero vivir de la danza”.