AFP
En un distrito en el sureste de París se encuentra una puerta entreabierta. Dentro, en las entrañas de lo que fuera una antigua vía ferroviaria, hay una fiesta enorme, ilegal y muy osada, que ofrece a 300 jóvenes el espejismo de un mundo sin pandemia. Al menos por una noche.
La dirección del lugar circuló por e-mail a último momento con instrucciones muy estrictas: llegar en absoluta discreción, solo o en pequeños grupos, entre las 20h00 y las 21h00 horas, con entrada reservada.
Las 300 entradas para esta velada bautizada “I want to break free” (quiero liberarme) se vendieron a 15 euros (casi 18 dólares) cada una, mediante una plataforma en Internet. Se agotaron en pocas horas.
“Cierra la puerta”, murmura un cancerbero que observa en medio de la oscuridad.
Después hay que recorrer un buen trecho sobre rieles, iluminándose con el teléfono móvil, hasta encontrarse con una visión espectacular.
Una especie de catedral de hormigón, de unos 20 metros de altura, recubierta de guirnaldas luminosas, luces de neón, diseños psicodélicos proyectados que crean un artesonado que vibra al son de enormes parlantes. Hay, por supuesto, una zona de bar, pista de baile y una tarima para los DJ.
Al tiempo que la música tecno difracta el denso aire del túnel, centenares de personas, que parecen en trance, caminan sobre el suelo polvoriento, conversan, beben o flirtean en los rincones.
“Decidimos oponer resistencia y lanzar este llamado a escondernos todos juntos para festejar, porque los jóvenes ya no tienen espacios donde convivir, sienten una carencia terrible, y tratamos de colmarla, a pesar de los riesgos”, explica a la AFP Alexandre (nombre ficticio), de 27 años.
“Ahora contamos con este conocimiento práctico. Podemos instalarnos en cualquier lugar y en menos de dos horas organizar una velada discreta como ésta”, se ufana el joven, fundador de un colectivo especializado en fiestas ‘underground’ y en “urbex” (exploración de locales industriales y otros sitios abandonados).
– “Olvidar todo” –
Este colectivo funciona mediante un grupo cerrado en la red social Facebook, integrado por cooptación. Alejada de los medios de “free parties”, adeptos a ‘okupas’, ideologías libertarias o círculos festivos LGBT, esta comunidad, única que organiza fiestas de tal magnitud en pleno confinamiento, convoca a un público parisino variopinto.
Esta noche sabatina, hay tantos cuarentones de aspecto atildado como estudiantes, gente “fashion”, activistas de izquierda o personas LGBT, así como algunos jóvenes de los suburbios.
Sentado junto a su novia estadounidense sobre los rieles que vibran al ritmo de la música, Ivan, de 23 años, observa cómo la pista se va llenando poco a poco de fiesteros, en su mayoría sin una mascarilla protectora.
“Personalmente, actualmente tengo un contrato indefinido, es mi primer empleo y trabajo mucho, realmente necesito descomprimirme. Con el confinamiento siento un desequilibrio en mi vida, no salía de mi apartamento desde hacía un mes, por lo que esto es para mí una cuestión de salud mental”, afirma.
“Aquí siento pura euforia, un momento único que te permite olvidar todo, dejar de vivir rodeado de cifras de muertes e ingresos en cuidados intensivos”, añade.
El actual estado de emergencia sanitaria prohíbe toda reunión pública, aún más con fines comerciales, lo que puede entrañar una multa de 15.000 euros (casi 18.000 dólares) y una pena de un año de prisión para los organizadores, al haber “puesto en peligro la vida del prójimo”.
El fin de semana precedente, una fiesta de pago reunió a también unas 300 personas en una casa con piscina en Joinville-le-Pont, una comuna cercana a París, pero degeneró y desembocó en dos inculpaciones.
En esta ocasión, la policía no intervino y la fiesta continuó sin contratiempos hasta el amanecer.
“Por lo general, se interviene en fiestas clandestinas cuando lo solicitan los vecinos, en particular a causa del ruido. No hubo intervención en esa dirección” en concreto, señaló a la AFP una fuente policial este domingo por la mañana.