AFP
Por las carreteras ucranianas del este, a unos kilómetros del frente, un soldado herido es evacuado a bordo de un autobús-ambulancia donde lo atiende un “batallón médico” de urgencia.
Pronto se suman otros cuatro combatientes que, ayudados con muletas, se instalan con dificultad en ese dispensario móvil adornado de girasoles, uno de los emblemas de Ucrania. Esos vehículos se convirtieron en un símbolo familiar en las carreteras de la región, donde ocurren los principales combates.
Desde fuera se parece a cualquier autobús de larga distancia que recorre las carreteras del campo. Pero en el interior, en medio de aparatos médicos, los ambulancieros benévolos trabajan durante la jornada con soldados heridos por balas, esquirlas de artillería o minas. El vehículo dispone de seis camas.
Estos militares serán luego trasladados hacia hospitales locales y a veces a establecimientos especializados para recibir un tratamiento de largo plazo.
“Nunca hemos perdido a un paciente camino al hospital”, se congratula Dmytro Satchkov, de 24 años, cuyos estudios de medicina fueron interrumpidos por la guerra.
“Todos los días recibimos un llamado. En una semana sacamos a 62 personas”, explicó a AFP.
– Heridas profundas –
El bus es utilizado por el “batallón médico” creado desde 2014 cuando estalló el conflicto con los separatistas prorrusos, apoyados por Rusia.
El batallón, apoyado por una flota de ambulancias, está compuesto por paramédicos benévolos provenientes de Ucrania y otras partes.
En el Donbás, la región que Moscú ambiciona conquistar, el bus va y viene varias veces en una sola jornada para llevar heridos a los hospitales situados cerca de la línea del frente.
La carga de trabajo “depende de la intensidad de los combates”, explica Dmytro Satchkov, vestido con un uniforme militar y una bolsa con elementos de primeros auxilios atada a su pierna.
“Estamos dispuestos a hacer tantos viajes como podamos, pero no es un vehículo de evacuación y es difícil conducirlo por malas carreteras”, añade el joven médico.
Dirigiéndose hacia el oeste rumbo a Pavlograd, en la región de Dnipropetrovsk, el bus se abre camino lentamente y evita los huecos para evitar mas inconvenientes a los heridos.
Los más graves viajan acostados bajo cobijas aislantes, y sus signos vitales son supervisados continuamente en forma electrónica.
Yuri Popenko, de 37 años, resultó herido por una mina cerca de la ciudad de Bajmut, epicentro de los combates donde las tropas rusas recuperan terreno desde hace semanas. Sus dos talones están fracturados.
En la parte trasera del bus, Vassyl Iavtouchenko tiene el rostro herido por fragmentos de obus y sus manos están vendadas.
“Tengo heridas muy profundas”, constata. “Los médicos me cosieron, será rápido, pero pienso que la reeducación tomará un mes”, añade.
– “Conservar la moral” –
Para Dmytro Satchkov, que ayuda también a formar a los nuevos paramédicos, la experiencia de atender en tiempos de guerra es inestimable. Le permite adquirir competencias vitales que no podría obtener en otras partes.
“Nuestros médicos no aprenden solo en clase, aprenden y estudian también en el terreno”, en un tiempo que le queda entre dos exámenes a pacientes.
Olena Guerassymiouk, de 31 años, administra analgésicos y realiza las perfusiones intravenosas mientras el bus lucha con la circulación y los retenes militares.
Poeta y militante, con el seudónimo de “Guera”, comenzó como benévola hace cinco años y ahora es auxiliar médica calificada.
“Lo más difícil es conservar la moral. Cuando hay heridos muy graves, es muy difícil”, reconoce Olena.
“Uno a veces está a punto de derrumbarse, pero no puede para no desmoralizar a los heridos. Son héroes”, concluye.