AFP
Las crisis ligadas a la guerra, a las catástrofes meteorológicas o a la pandemia del covid han sacudido los sistemas alimentarios mundiales y sumido a millones de personas en el hambre y la pobreza.
El tema estará sobre la mesa en la próxima conferencia de la ONU sobre el clima, la COP27, a principios de noviembre en Sharm el Sheij, Egipto.
Inundaciones, sequía y olas de calor golpean las cosechas de Europa y Asia y amenazan de hambruna la región del Cuerno de África.
Los expertos advierten, además, que esto podría ser solo el principio.
“Si no actuamos ya, esto es solo una muestra de lo que está por venir”, afirma Mamadou Goita, del grupo IPES-Food, que trabaja con organizaciones campesinas, principalmente en África.
La producción alimentaria es a la vez una actividad con importantes emisiones de efecto invernadero y sumamente expuesta al cambio climático.
Algunos de esos impactos son de largo plazo, como el menor rendimiento de las tierras, el calentamiento de los océanos, los cambios estacionales entre polinizadores y plantas o el calor excesivo en los trabajos del campo.
Pero otros deben incluirse ya entre los factores de riesgo actuales.
Las inundaciones pueden provocar una “devastación repentina de los medios de subsistencia y de las infraestructuras”, ejemplifica Rachel Bezner Kerr, profesora de la Universidad estadounidense Cornell y principal autora de este informe del grupo de expertos climáticos de la ONU (IPCC).
– “Frenesí” especulativo –
El año 2022 está ofreciendo ejemplos dramáticos.
La canícula ha afectado los cultivos en todo el sur de Asia y la sequía ha hecho estragos en las cosechas en Europa.
Las inundaciones han ahogado los arrozales en Nigeria y China, donde la sequía ha golpeado la cuenca del río Yangtze, que alberga un tercio de las tierras arables del país.
La crisis golpea a los más vulnerables.
Unas 22 millones de personas están amenazadas por la hambruna en Kenia, Somalia y Etiopía, tras cuatro estaciones de lluvia… sin lluvia, según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU,
En Pakistán, las inundaciones provocadas por un monzón sin precedentes se tragaron enormes franjas de tierras agrícolas.
Los desastres climáticos pueden conllevar restricciones a las exportaciones, como las impuestas este año por India luego de que su cosecha de trigo sufriera la canícula.
La especulación y la crisis energética provocada por la guerra en Ucrania solo han empeorado la situación, haciendo aumentar los precios de los cereales.
Una parte de las soluciones es monetaria, en particular para los pequeños agricultores en “primera línea de frente” del cambio climático y la inseguridad alimentaria, indica Claire McConnell, del grupo de reflexión E3G.
Pero a ellos solo les llega el 2% de las ayudas por el cambio climático, según la experta.
Otro asunto de importancia es la reducción de las emisiones, dado que la producción de alimentos será “imposible” en ciertas regiones si el calentamiento prosigue su trayectoria actual, según el IPCC.
Reorientar miles de millones de dólares de subvenciones agrícolas que dañan el medio ambiente y el clima sería un excelente comienzo, sostiene la profesora Bezner Kerr.
Los habitantes de los países ricos podrían por su lado reducir su consumo de carne, y por ende la utilización de cereales como ración de ganado, con lo cual la cría de animales dejaría de avanzar en detrimento de los bosques.
Y todos los países podrían diversificar su alimentación más allá del arroz, maíz, trigo y patata que constituyen la dieta habitual.
Pero estas soluciones tienen sus límites. A día de hoy no existen variedades de cereales capaces de resistir las inclemencias y desastres climáticos, cada vez más frecuentes y destructivos, que asolan el planeta.