AFP
“Es realmente agotador”. Sentada frente a su casa en una calle de Jacksonville rodeada de edificios de un azul desteñido, Brenda Jenkins tiene un simple deseo: poder comprar productos frescos cerca de su casa.
Realidad diaria para la mayoría de la población urbana, este deseo es inaccesible a unos 39 millones de estadounidenses que, como esta afroestadounidense de 26 años, viven en un “desierto alimentario”, apodo de ciertas zonas con una alta tasa de pobreza, donde los almacenes que venden frutas y verduras frescas no son fácilmente accesibles.
El nombre puede ser engañoso. El problema no es tanto que estos productos no estén disponibles, sino que es difícil ir a los puntos de venta, pese a que el automóvil es rey, pero también un transporte costoso.
Pese a estar situado en una gran ciudad del norte de Florida, el vecindario de Brenda Jenkins, de mayoría afroestadounidense, no tiene supermercados. En su lugar, estaciones de servicio, restaurantes de comidas rápidas y pequeños comercios copan la oferta.
Pasando por los estantes de algunos de estos comercios abundan los caramelos, papas, sodas o galletas y es casi imposible encontrar productos frescos, apenas hay algunas manzanas y bananos cerca de la caja registradora.
Los más pobres no tienen más opción para hacer las compras. El supermercado más cercano está a una hora de camino y el sistema de transporte público es paupérrimo.
Brenda Jenkins, madre de tres pequeños, tiene un vehículo y en él transporta a algunos de sus vecinos que no tienen. “Pero si yo me mudara, o si estuviera ocupada, ¿cómo van a hacer sus compras?”.
Muchas veces cuando su auto está averiado, deben conformarse con “productos industriales” sin valor nutritivo de la tienda más próxima. “Y no es saludable, sobre todo para los niños”.
A pocas semanas de las elecciones que pueden cambiar el partido mayoritario en el Congreso estadounidense, Jenkins lamenta no haber visto a ningún candidato que recorra su barrio, ni siquiera propaganda.
Jenkins cree que los políticos ignoran su vecindario “porque somos considerados de bajos ingresos”.
La joven madre cree que, de preocuparse por ellos, “algo se habría hecho” para facilitar su acceso a una alimentación sana.
– “Derecho humano” –
Antes próspero, el barrio se ha empobrecido progresivamente a lo largo de las últimas décadas, volviéndose menos rentable para las cadenas de supermercados. Cuando cerró el último de ellos “la gente perdió el acceso a una alimentación sana”, explica Mika Hardison-Carr, que administra un jardín colectivo llamado White Harvest Farms.
Y con el tiempo, los habitantes se acostumbran a vivir en un desierto alimentario y a comer “productos procesados, transformados o en conserva”, dice esta residente que tiene una pequeña naranja en la mano y un sombrero de paja en la cabeza.
“Es muy difícil cambiar el modo de vida de alguien”, añade.
No se trata sólo de dar acceso a los productos frescos sino de aprender a reintegrarlos a su vida diaria.
La mala alimentación “contribuye a todos esos problemas de salud que hacen que muramos más jóvenes, que estemos más enfermos o más gordos”, dice Mika Hardison-Carr.
“Creo que tener acceso a productos frescos y sanos debería ser un derecho humano”.
La granja urbana, creada por la asociación Clara White Mission, con la ayuda de fondos públicos, ofrece productos gratuitos a los voluntarios que trabajan en el programa de siembra, y otros residentes pueden comprar utilizando los cupones alimentarios de los que muchos dependen.
En otoño, cuando el calor sofocante de Florida comienza a bajar, algunos voluntarios se suman a la siembra.
Para atraer al público, la granja cultiva en especial productos infaltables en la cocina afroestadounidense y propia del sur, como las coles rizadas.
Algunos vecinos “ya han venido a preguntar cuándo estarán listas las legumbres, ¡pero apenas las sembramos!”, ríe Nicole Boone, voluntaria y beneficiaria de la granja, que se unió al programa desde que comenzó a inicios de 2021.
Un poco más allá, Sarah Salvatore, una de las responsables del lugar, planta flores que atraen insectos con el fin de evitar utilizar pesticidas para las legumbres.
“Creo que los desiertos alimentarios son muy fáciles de eliminar”, asegura, mientras está acurrucada entre las plantas.
“Se debe elegir gente lista a invertir energía en resolver estos problemas, porque es posible resolverlos, solo están mal financiados”.