AFP
Ali Saga recuerda cuando hace 40 años entró en una clínica de Yakarta, la capital de Indonesia, y, al verlo, los pacientes y el personal huyeron despavoridos.
“De repente el médico gritó a los pacientes, +¡retrocedan!, es un leproso !+”, recuerda este hombre de 57 años, que apenas puede contener las lágrimas.
Lo pincharon con una jeringa para ver cual era la sensibilidad de la piel. “Tal vez mi piel no sentía nada, pero mi alma estaba acongojada”, dice este ex enfermo diagnosticado en los años 70.
Su dolor sirve hoy para una buena causa. En la periferia de Yakarta, Ali Saga suministra prótesis artesanales a residentes afectados, para ayudarles a recuperar una vida normal.
Patología considerada a veces vergonzosa, la lepra es una enfermedad contagiosa que afecta la piel y los nervios periféricos, con secuelas potencialmente muy graves. En la actualidad una biopsia es suficiente para diagnosticar la enfermedad y se aplican antibióticos para tratarla.
Como muchos ex leprosos, Saga vive en el pueblo de Tangerang, donde se encuentra el hospital Sitanala. Allí muchos enfermos fueron tratados y algunos se han quedado a vivir allí.
– “Colonia de leprosos” –
A causa de la presencia de esos enfermos, considerados durante mucho tiempo parias, los medios de prensa locales han denominado al pueblo, situado no lejos de Yakarta, “colonia de leprosos”.
Eso ocurre como consecuencia de las ideas recibidas que son aun muy resistentes. Muchos indonesios creen en efecto que la lepra, llamada la enfermedad de Hansen, es una maldición divina que solo un breve contacto es suficiente para contagiar.
Ali Saga lucha a su manera contra esta enfermedad, que tiene consecuencias fisiológicas y sociales para el paciente.
En su pequeño taller polvoriento, prótesis corporales cuelgan en los muros en espera de cambiar vidas.
Como la de Cun San, vecino de Saga de 70 años, que puede levantarse de nuevo tras ser amputado de una pierna en su juventud y perder la segunda en 2007.
“Pensé que nunca podría volver a caminar… pero ahora estoy tan agradecido de poder hacerlo de nuevo de manera normal”, se congratula el anciano, que gana su vida como sastre.
Tras Brasil e India, Indonesia es el país que tiene más enfermos de lepra, transmisible por tener contactos permanentes con enfermos no tratados.
En el marco de la Jornada Mundial de la Lepra el domingo, el ministerio de Salud indonesio registró 15,000 personas que siguen el tratamiento médico para la lepra, de los cuales 11,000 son nuevos casos registrados el año pasado.
Cerca de 500 exafectados viven en Tanerang tras haber sido atendidos en el hospital.
El establecimiento de Sitanala figuró en primera plana de los diarios en 1989 cuando la Princesa Diana estrechó la mano a un paciente contaminado.
Con frecuencia la mayor parte de esos enfermos tienen pequeños trabajos como barrenderos o conductores de rickshaw.
Gracias a Ali Saga, vuelven a gozar de algún confort y pueden desempeñar alguna tarea con normalidad.
– Un trato normal –
Jumangun es uno de los beneficiados. Este conductor de 60 años perdió una pierna en su juventud y tuvo que contentarse durante mucho tiempo con un muñón de bambú, pues una verdadera prótesis era muy cara.
“Era doloroso y debía utilizar de todas maneras un bastón para estabilizarme cuando caminaba”, dijo a la AFP.
Después recibió gratuitamente una nueva pierna realizada por Ali Saga. “Es como un pie normal y no siento dolor cuando camino”, dijo Jumangun.
Un miembro artificial puede costar hasta 10 millones de rupias indonesias (unos 614 euros), pero Ali Saga ofrece algunas gratuitamente, o acepta sumas pequeñas por ellas.
Desde 2005, afirma que fabricó más de 5,000 piernas artificiales para clientes de toda Indonesia.
Según expertos, la lepra todavía no ha podido ser erradicada por los prejuicios que llevan a los enfermos a evitar atenderse en el marco del sistema médico.
Si no se acaban esas barreras, “el contagio seguirá y continuarán manifestándose las consecuencias de la enfermedad”, deplora Asken Sinaga, director de NLR Indonesia, una ONG que lucha contra la lepra.
Indonesia tiene como objetivo eliminar de aquí al año próximo la enfermedad.
Por ahora quienes sufrieron la enfermedad esperan ser tratados como cualquier otra persona. “Espero que ya no nos juzguen”, dice San