AFP
Sergi Pino se mudó hace semanas a Barcelona por trabajo. Pero no se aloja en un piso normal, sino en una habitación de un hotel que, ante el vacío turístico causado por la pandemia, busca nuevas fórmulas para sobrevivir.
Con la mayoría de hoteles de esta turística ciudad española cerrados, los pocos abiertos se las ingenian para atraer otros tipos de clientes que compensen la brutal caída de visitantes extranjeros en los últimos meses.
Algunos adaptan sus instalaciones al teletrabajo, otros rebajan precios de largas estancias para competir con el mercado de alquiler habitacional y otros ofrecen experiencias de lujo a sus conciudadanos que, privados de viajar, quieran hacer de turista en su propia ciudad.
En su nueva “casa”, el hotel Gallery, Sergi Pino dispone por 900 euros mensuales (unos 1.080 dólares) de habitación, gimnasio, piscina, spa y también una zona habilitada para el teletrabajo.
“Hay más espacio, estoy tranquilo y enfocado en mi trabajo, no me molesta nada”, explica este hombre de dos metros, con traje gris y deportivas blancas, frente a su ordenador en una sala de reuniones adaptada como coworking.
Exjugador de baloncesto y empresario, Pino tenía que recorrer varias veces a la semana los 70 kilómetros que separan su casa de Barcelona. Cuando buscó un apartamento de alquiler, se dio cuenta de que el hotel salía más rentable.
No es el único: convive con otros profesionales en teletrabajo, parejas que se han mudado mientras hacen reformas en casa o personas que se iban a trasladar al extranjero y cuya marcha quedó pospuesta por el covid.
“Tenemos ya a ocho personas viviendo con nosotros y otras 24 reservas que están a punto de entrar”, asegura Marta Golobardes, directora general del grupo hotelero, que cuenta con establecimientos en Málaga (sur de España) y Mallorca.
Estuvieron cerrados desde marzo hasta octubre, cuando reabrieron habiendo adaptado sus instalaciones al teletrabajo con espacios de coworking y habitaciones convertidas en despachos, con un escritorio en el lugar de la cama, para quienes no pueden concentrarse en casa.
Los nuevos ingresos se quedan lejos de los obtenidos con su actividad tradicional, pero “ayudan a complementar, dar trabajo a los empleados y no perder tanto dinero”.
Son varios los establecimientos que optaron por estrategias similares, ofertando habitaciones incluso a 600 euros, más barato que el alquiler de un estudio en esta ciudad.
Otros promueven ofertas de experiencias de lujo, como un hotel que regala una estancia de una noche a quienes cenen en su restaurante con una estrella Michelin.
– ¿La Detroit del turismo? –
En una ciudad acostumbrada a nadar en la abundancia, que en 2019 recibió 9,5 millones de visitantes en sus hoteles, la pandemia está causando una “tragedia” en el sector, en palabras del presidente del gremio de hoteles de Barcelona, Jordi Mestre.
Más del 75% de los hoteles están cerrados y los pocos abiertos apenas logran una ocupación media del 10%, colocando a muchos al borde de la quiebra y atrayendo a fondos buitres interesados en adquirir negocios en horas bajas.
Apenas 1,5 millones de clientes durmieron este año en hoteles de la ciudad, que debe un 12% de su riqueza al turismo.
En la prensa local, algunos hablan de Barcelona como “la Detroit del turismo”, en referencia a la decadencia experimentada por la ciudad estadounidense tras la deslocalización de la poderosa industria automovilística que había hecho su riqueza.
“No creo que sea la misma situación, aunque es cierto que el sector está viviendo una situación muy, muy complicada”, opina Remei Gómez, directora del hotel Claris, un cinco estrellas en el centro de Barcelona.
Aunque en julio consiguieron ocupaciones del 50%, los rebrotes del covid-19 empezaron a lastrar rápidamente la actividad del hotel, más silencioso y vacío que nunca.
“A esta hora tendríamos el restaurante con gente desayunando, clientes en la terraza tomando el sol, un gran movimiento en recepción. En condiciones normales el hotel estaría muy activo, pero ahora, lamentablemente, está tranquilito”, explica Gómez.
En la puerta del hotel, los botones cargan en un coche la maleta de uno de sus pocos clientes, un empresario alemán que acaba de pasar sus días más extraños en esta ciudad española que asegura conocer bien.
“Es realmente raro, fui a las Ramblas esta mañana y estaba casi vacío. Nunca lo había visto así, da algo de miedo”, explica Matt Wittberg, de 48 años, tras devolver su llave a la recepción.