AFP
Unos protestan en los Andes para exigir, incluso con violencia, su libertad. Otros apoyan que los militares contengan las manifestaciones a tiros ¿Por qué el destituido presidente de Perú, Pedro Castillo, genera pasiones extremas?
Cuando Castillo, un humilde maestro rural de izquierda, trató de cerrar el Parlamento el 7 de diciembre, la aprobación a su gestión llegaba al 31%.
Su gobierno “fue sumamente caótico, contradictorio lleno de marchas y contramarchas y de gestión pública tuvo prácticamente nada”, dice a la AFP Alonso Cárdenas, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Ruiz de Montoya.
En el año y medio que llevaba en el poder, de los cinco del mandato, tanto él como su entorno estaban señalados de corrupción.
Castillo justificó su intento de golpe en que el Congreso le impedía gobernar y denunció tratos racistas. Pero fue preso por rebelión y destituido por el Congreso.
1. Identificación
“Castillo ha sido vacado injustamente, quien nos representaba era él. Este Congreso enquistado en Lima ha vulnerado nuestros derechos”, dice Freddy Quispe (45), agricultor en la sureña Abancay, Apurímac, mientras bloquea una vía bajo la atenta mirada policial.
Más de la mitad de los 33 millones de peruanos se considera mestizo y una cuarta parte indígena, según el censo de 2017.
A Castillo lo respaldan sectores rurales, empobrecidos, postergados. Allí fue donde obtuvo más alta votación.
“Todos nuestros recursos están en manos de los privados. Apurímac es zona minera y tenemos problemas económicos, raciales, los de Lima nos tratan como cholos, como indios, como brutos”, considera Juan Ochicua (53), agricultor en esta ciudad, epicentro de las protestas.
Castillo “buscó generar una identificación con el uso del sombrero, el uso del poncho, reivindicando su origen campesino, su vínculo con las comunidades”, dice a la AFP la antropóloga y politóloga Carmen Ilizarbe, profesora de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).
Quienes lo apoyan consideran que la obstrucción lo forzó a hacer lo que hizo y reflexionan: “Castillo ha sido tan maltratado como nosotros lo somos habitualmente”, agrega.
Intentó “dar un autogolpe, cosa poco democrática, pero eso se esfuma en la desconfianza de un sector que no cree que sea así y sale a defender a alguien que ‘es como yo’”, sostiene Aldo Panfichi, profesor principal de Ciencias Sociales en la PUCP.
2. Repudio al Congreso
Al Congreso le iba peor que a Castillo, con más de 80% de desaprobación. Varios de sus miembros han sido señalados por corrupción y hasta violación sexual.
Quien perdió la elección, la derechista Keiko Fujimori, no reconoció el triunfo de Castillo y denunció fraude. Pero logró suficientes escaños para hacerle contrapeso.
Keiko, quien estuvo prisión preventiva en el marco de la pesquisa por el caso Oderbrecht, es hija del expresidente Alberto Fujimori, preso por corrupción y crímenes contra los derechos humanos.
“Yo creo el factor más gravitante es el repudio que se tiene al Congreso (…) el factor que más ha encendido la situación”, sostiene Cárdenas.
Castillo “ha tenido una serie de falencias, pero ha ejercido en las condiciones más duras, con hostilidades desde antes de que asumiera, con un Congreso obstruccionista”, detalla Ilizarbe.
3. Racismo
“Perú es un país sumamente racista y sumamente discriminador, tanto que ya ni siquiera nos damos cuenta”, explica Cárdenas, que cita una encuesta de 2020 del ministerio de Cultura.
Originario de Chota, Cajamarca, en la sierra norte, Castillo habla con acento andino, motivo de discriminación. A veces le cuesta transmitir las ideas y lo llaman “burro” para significar falta de inteligencia.
Panfichi recuerda que hay un tema de clasismo y “temor a perder los años de crecimiento económico. Se aspira a un modelo más occidental y miran a Castillo y dicen: no me representa”.
4. “Terrucos”
La policía dice que entre los agitadores de las protestas hay personas vinculadas al proscrito Sendero Luminoso, grupo maoísta considerado terrorista que le declaró la guerra al Estado entre 1980 y 2000.
Reclutaban campesinos forzosamente, que quedaron atrapados en el fuego cruzado de senderistas y militares.
Tras la derrota de Sendero, mucha población indígena quedó estigmatizada bajo el apelativo de “terruco”, calificativo que en el Parlamento o redes sociales se aplica a quienes impulsan propuestas de izquierda.
“Todos los sectores empobrecidos del país son potencialmente terrucos, ese es el imaginario”, comenta Ilizarbe.
Para Panfichi, esos ataques suelen venir de un sector conservador que en Perú tiene “un pensamiento poco elaborado, básico y autoritario”. Aunque estima que es un tema generacional. Ciudadanos emergentes o gente exitosa en los negocios integra las nuevas élites: “ya no se puede asociar dinero con color de piel”.