AFP
China se mantiene prudente frente a los talibanes, preocupada por el caos en Afganistán y las posibles repercusiones en su territorio, pero deja la puerta abierta al dialogo con el nuevo poder, al acecho de nuevas oportunidades tras la debacle estadounidense.
Los temores de Pekín se concentran sobre todo en la región china de Xinjiang, que comparte una pequeña porción de frontera con Afganistán y es escenario de numerosos atentados terroristas imputados a movimientos islamistas y separatistas de la etnia local uigur.
En respuesta, Pekín instauró estos últimos años una estricta vigilancia policial en la región. Según expertos occidentales, al menos un millón de uigures habrían pasado por “campos de reeducación”.
La llegada al poder de los talibanes, que mantienen estrechas relaciones con los militantes islamistas uigures establecidos en Afganistán, preocupa mucho a China.
“Esperamos que los talibanes combatan toda organización terrorista, incluido el Movimiento islamista de Turquestán Oriental”, declaró este miércoles Zhao Lijian, un portavoz del ministerio chino de Asuntos Exteriores.
Sin embargo, para Raffaello Pantucci, especialista de Afganistán en la S. Rajaratnam School of International Studies de Singapur, “China sabe que no es un gobierno en el que pueda confiar totalmente”, considera.
– “Un régimen abierto” –
China celebró en Tianjín (norte del país) a finales de julio una reunión con una delegación talibana en la que se encontraba, entre otros, el cofundador del movimiento, el mulá Abdul Ghani Baradar.
“Son una fuerza política y militar crucial en Afganistán”, reconocía entonces el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, que esperaba que “tuvieran un papel importante en el proceso de paz, de reconciliación y de reconstrucción”.
China no reconoció aún oficialmente al régimen talibán, a la espera de la composición del futuro gobierno.
“Esperaremos a que se establezca un régimen abierto, inclusivo y ampliamente representativo antes de abordar el tema del reconocimiento diplomático”, indicó este miércoles el portavoz chino Zhao Lijian.
Pero, a diferencia de varias potencias occidentales, China mantiene abierta su embajada en Kabul, y su embajador sigue en la capital afgana, aunque Pekín repatrió a 210 ciudadanos el mes pasado.
Para China, la retirada estadounidense es una oportunidad para reforzar su gran proyecto de “Nueva ruta de la seda”, al que se unió Afganistán en 2016.
Además, Pekín consiguió en 2007 la concesión de la enorme mina de cobre de Aynak (cerca de Kabul), segundo yacimiento mundial.
Afganistán posee también grandes reservas de litio que podrían interesar a las empresas chinas ya que este país es el primer productor mundial de vehículos eléctricos.
– Exigencias –
Pero antes de invertir en Afganistán, China pone sus exigencias.
“La primera es que se protejan las inversiones y a los ciudadanos chinos”, afirma desde Pekín Hua Po, analista político independiente.
“La segunda es que (los talibán) rompan relaciones con los separatistas uigur del Turquestán Oriental”, añade.
En julio, el portavoz de los talibán, Suhail Shaheen, quiso tranquilizar a Pekín en estas dos cuestiones calificando a China de “amigo de Afganistán”.
Aunque Pekín no espera tener ningún rol político en Afganistán, los diplomáticos chinos no se han ahorrado críticas a Estados Unidos por el caos en el país de Asia Central.
“La fuerza y la función de Estados Unidos es destrozar, no construir”, afirmó el martes una portavoz de la diplomacia china, Hua Chunying, que acusó a Washington de haber dejado “un enorme desorden” en Afganistán.