Hoy recordamos el terremoto que sacudió hace 38 años San Salvador, un evento que dejó una huella profunda en la historia de la capital salvadoreña.
A las 11:49 de la mañana del 10 de octubre de 1986, el suelo tembló con una fuerza devastadora, con un epicentro en Los Planes de Renderos y a una profundidad de entre 9.9 y 10.9 kilómetros. Este sismo, que alcanzó los 7.5 grados en la escala de Richter, causó más de 3,500 muertes y dejó a unos 200,000 damnificados.
El terremoto se sintió en toda la ciudad, dejando un rastro de destrucción en barrios como San Jacinto, Santa Anita y Candelaria. Se estima que hasta el 80% de la ciudad fue afectada, con unos 150,000 edificios destruidos y miles de casas arrasadas.
Uno de los símbolos más tristes de esta tragedia fue el edificio Rubén Darío, que ya había sufrido daños en un terremoto anterior en 1965 pero nunca se reparó adecuadamente. La devastación no se detuvo ahí; otros lugares emblemáticos, como el Gran Hotel San Salvador y el Hospital Nacional de Niños Benjamín Bloom, también sufrieron graves daños.
En un país que ya lidiaba con la guerra civil, el sismo evidenció la fragilidad de la infraestructura salvadoreña.
El impacto fue tan fuerte que más del 90% del sistema de salud quedó dañado, y lugares como el Estadio Cuscatlán y el Palacio de los Deportes no se salvaron. En barrios como Santa Anita, la situación fue catastrófica, con muchas casas reducidas a escombros.
Este terremoto de 1986 no solo se recuerda por la cantidad de vidas perdidas, sino también por las lecciones que dejó. Fue un duro recordatorio de lo vulnerables que somos ante desastres naturales y de la importancia de construir de manera más responsable en el futuro.