AFP
Dentro de una tienda de campaña, una bebé recién nacida permanece inmóvil. Su madre, Hajira Bibi, vigila a la niña de tan solo diez días, tan pequeña que aún no tiene nombre, mientras intenta limpiar el barro que le llega a los tobillos, resultado de las históricas inundaciones en Pakistán.
Su casa en el pueblo de Jindi, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, quedó destruida tras las inundaciones que obligaron a su familia a refugiarse en el arcén de una autopista. Más tarde pudieron volver y se instalaron en tiendas de campaña.
“Subí a la niña a la autopista cuando solo tenía cuatro días (…) era tan pequeña”, contó Bibi a la AFP, recordando la evacuación del fin de semana. “Estaba enferma y le dolían los ojos, también tenía fiebre, mi bebé tenía problemas por el calor”, asegura.
Escenas similares se están produciendo en todo Pakistán tras las históricas lluvias monzónicas que inundaron más de un tercio del país y afectaron a más de 33 millones de personas. Según Unicef, hay 16 millones de niños afectados y 3,4 millones necesitan ayuda humanitaria.
Bibi, que todavía está recuperándose del parto, necesitó ayuda durante la evacuación del pueblo para subir la empinada cuesta, mientras llegaban advertencias de que el río Kabul estaba a punto de desbordarse por las lluvias torrenciales que caían más al norte.
En esta aldea cercana a Charsadda, hacía un calor sofocante. Durante días durmieron al aire libre, sin ventiladores, sin agua corriente y sin nada para ahuyentar a los mosquitos.
– Barro por todas partes –
La crecida, tras llegar a la altura de los hombros, empezó a reducirse y dejó al descubiertos la casa de Bibi, de tres habitaciones, recubierta de lodo marrón.
“Solo queremos que arreglen nuestra casa. Es doloroso ver a los niños tirados aquí”, dijo la joven, que espera que un médico pueda atender a su familia, de unos 15 miembros.
En las zonas rurales de Pakistán es habitual que no se registren las fechas de nacimiento. Bibi también tiene dudas y cree que el bebé nació unos cuatro días antes de las inundaciones y que ahora tiene unos diez días.
Tampoco está segura de su propia edad pero cree que tiene unos 18 años y cuenta que con sólo 12 dio a luz a su primer bebé.
Ahora han trasladado sus tiendas de campaña a un terreno más seco cerca de su casa y los niños comparten camas de madera.
El ambiente en el pueblo es propicio para un brote de infecciones y, como la bomba de agua está rota, los adultos no se han duchado con agua limpia desde hace casi una semana.
Los niños chapotean por los pequeños charcos de agua que dejó la inundación, los mismos donde se bañan y orinan los búfalos.
“La inundación pasó pero el agua está muy sucia, muy embarrada, todos estos niños tienen sarpullidos y su salud es cada vez peor”, dice Naveed Afzal, el marido de Bibi, que desde las inundaciones no puede encontrar trabajo como jornalero.
Los adultos tienen llagas en los pies y en las piernas. Algunos niños tienen los ojos rojos y llorosos, otros tienen fiebre.
Al menos el bebé es lavado con las pocas botellas de agua mineral disponibles en los puntos de donación, a los que acuden cada día los hombres tras horas caminando.
“Todavía no he perdido la esperanza, pero esta niña es tan pequeña que sería mejor volver a casa y asentarse”, dijo Bibi, con la pequeña en sus brazos.