AFP
“La eutanasia es un cuidado como otro, la diferencia es que es un cuidado final”, dice Marc Decroly, que acompañó a más de 100 pacientes a poner fin a su vida, como lo permite la ley belga desde hace 20 años.
Para este médico generalista de 58 años, que practica la eutanasia a domicilio, “nadie puede oponerse al deso del paciente” si se respetan las condiciones marcadas por la ley.
La petición de eutanasia debe ser “voluntaria, meditada, reiterada”, “sin presiones externas”, según el texto promulgado el 28 de mayo de 2002 que despenalizó la eutanasia, dos meses después de que lo hiciera Países Bajos.
La eutanasia está ampliamente aceptada en el país. A finales de abril, una manifestación en rechazo a la eutanasia en la capital belga, Bruselas, apenas reunió a 350 personas.
El paciente que la solicita debe padecer una patología incurable y demostrar un “sufrimiento físico o psicológico constante e insoportable que no pueda ser aliviado”.
En 2021 se declararon 2,700 eutanasias en Bélgica (el 2,4% del total de fallecimientos), la mayoría de ellas para pacientes de entre 60 y 89 años, y en el 84% de los casos se esperaba la muerte a “corto plazo”, según la Comisión Federal de Control. Cuarenta y nueve de los casos fueron realizados a no residentes, entre ellos 40 franceses. Más de la mitad (54%) se realizaron en el domicilio del paciente.
“El gesto de la eutanasia nunca es fácil, pero es la culminación de todo un proceso que realizamos con el paciente y su familia. Es una forma de cerrar algo con alivio”, explica el médico.
Este momento tan especial entre el paciente y sus familiares es también especial para el médico, señala.
“Es extremadamente rico en términos humanos. Todas estas emociones las percibimos, nos hacen crecer, nos hacen progresar, nos hacemos un poco mejores, al menos eso espero”, confiesa Marc Decroly con una sonrisa pensativa.
“Más allá de tres eutanasias al mes, se hace duro”, añade, asegurando que le han “marcado” todas las que ha realizado, siempre tras una segunda opinión de un colega.
Decroly, que también es médico de urgencias en el hospital, no ve ninguna contradicción entre salvar vidas y acabar con ellas.
“Al contrario, es parte de un todo. Creo que la persona a la que vamos a aplicar la eutanasia no es más o menos importante que la persona a la que vamos a salvar. Simplemente estamos en situaciones diferentes”, explica el médico, con una mezcla de calma y solidez.
Para él, la ley belga es “una ley muy buena”, que no deja solo al paciente tras un primer rechazo.
– Escucha y confianza –
“Si un médico dice que no, el proceso no termina, puede ser trasladado a otras personas que vean la situación de otra manera”, explica.
El propio Decroly rechazó en una ocasión realizar la eutanasia a un abuelo en estado terminal con cáncer porque la demanda era de la familia y no del propio paciente. “No sufría. Me habló de su nieta que iba a venir a verlo y de las flores del jardín. No tenía ganas de morir. Murió de manera natural”, recuerda.
Lo más importante, asegura, es “estar a la escucha del paciente”.
Cada vez que llega a la casa de un paciente para praticar la eutanasia, vuelve a hablar sobre la decisión con el enfermo.
“Si necesitamos dos horas para hablar, tomaremos esas dos horas. Lo repito siempre, si no es el día adecuado, Usted decide. No es porque me haya hecho moverme que debo realizar absolutamente la eutanasia”, explica.
“Cuando llega al médico, el paciente nos confía su vida. Aquí, quiere que el paso de la vida a la muerte vaya bien para él y para los que le rodean”.
El procedimiento tiene lugar en dos fases tras la infusión, primero de los sedantes y luego de las sustancias letales. “No tiene que morir en su cama, puede morir en su mejor silla, donde quiera morir”, señala.
Y luego está el después: hablar con los familiares, llamar a la funeraria. “Hay muchas cosas que se expresan. Para mí, me permite agradecer a la familia la confianza que me ha depositado”.