AFP
Cuando Maram al Amawi vuelve de la escuela, se pone una máscara de plástico transparente, realizada gracias a una impresora en 3D para curar las graves quemaduras sufridas el año pasado, en el incendio de una panadería.
La niña, de 8 años, no se atreve a usarla en la calle por miedo a que se burlen de ella.
Maram resultó herida cuando un escape de gas provocó un terrible incendio en el campo de refugiados de Nuseirat, en la Franja de Gaza, enclave palestino donde viven dos millones de personas. En el siniestro murieron 25 personas y hubo decenas de heridos.
Hoy, Maram y su madre, también gravemente herida en la cara y las manos, están siendo tratadas con una máscara facial desarrollada por la Fundación Médicos Sin Fronteras (MSF).
Tras el diagnóstico, la cara del paciente se escanea, lo que evita la aplicación de tiras de yeso en una piel ya muy frágil en las primeras fases de curación.
Esta tecnología 3D -el diseño de la máscara se hace por computadora- permite crear máscaras más precisas en un tiempo reducido, ya que se imprimen directamente en el lugar.
“La máscara ejerce presión sobre la cara de Maram y facilita la curación, en particular impidiendo la retracción de la piel”, explica a la AFP Firas Suergo, responsable de fisioterapia de MSF en Gaza.
Desde la puesta en marcha en abril de 2020 del proyecto, desplegado antes en Jordania y Haití, una veintena de víctimas de quemaduras han recibido máscaras a medida en la Franja de Gaza, territorio palestino encajado entre Israel, Egipto y el mar Mediterráneo.
La máscara facial, a la que se fijan correas ajustables para mantenerla en el rostro, debe llevarse durante seis a doce meses, dependiendo de la gravedad de las lesiones.
Pero aunque sea transparente y se adapte perfectamente a los contornos de su cara, Maram teme que alguien la señale con el dedo en el patio del colegio.
“La máscara me mejoró las quemaduras, pero tengo miedo de que la gente se ría de mí si la llevo fuera de casa”, confiesa tímidamente la niña, vestida con el uniforme a rayas blancas y negras de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), que dirige su escuela.
“Me la pongo en cuanto vuelvo de clase”, precisa.
– Nueva cara –
De hecho, la lleva ocho horas al día.
Su madre, Izdihar, de 31 años, la mantiene puesta durante 16 horas y sólo se la quita para comer. Por la noche, lleva otra, junto con guantes especiales para sus manos quemadas.
“Nuestras heridas se han curado gracias a la máscara”, dice Izdihar al Amawi, que se alegra de haberse acostumbrado a sus quemaduras y de poder realizar sus tareas domésticas como lo hacía antes del incendio.
“Estábamos esperando un taxi después de comprar y oímos una explosión repentina y luego vimos fuego por todas partes”, recuerda.
Ella y su hija pasaron dos meses en el hospital a causa de las graves quemaduras. Aceptar su nueva piel, su nuevo rostro, resultó ser un reto.
Aunque Izdihar se siente más cómoda con la mirada de los demás que su hija, los primeros meses fueron difíciles.
“Mi familia se negó a verme la cara después del accidente”, dice. “No volví a verme la cara hasta 50 días después de la operación, en el espejo del ascensor, cuando fui a la clínica a por la máscara”, añade entre sollozos.
La madre de cuatro hijos espera que las “cicatrices desaparezcan en dos o tres años”, como le dijeron los médicos.